Te miras al espejo y te ves cual Venus; tu pecho, tu vientre y tus caderas resaltan por encima de lo demás, eres un objeto diseñado para el sexo.
Miras a tu amado y lo percibes perfecto, suave, elegante.
Te vuelves a observar y te tornas en lecho para que él descanse. Una suerte de complacencia.
Das un paso atrás y os veis en impecable equilibrio, formáis un engranaje perfecto. Sus manos te recorren, sus dedos acarician la tosquedad de tu piel.
Y entonces descubres el vacío, los huecos; el volumen desaparece. Entra en escena la agresividad, el peligro. Pones los pies en la tierra, y sabes, como siempre has sabido que el amor ideal es sólo fantasía.
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