Hace un tiempo leí el primer volumen del ‘Diario íntimo’ de Virginia Woolf. Lo cierto es que el libro me dejó algo vacía. No por su estilo, que me conmovió. Sino por la edición, ya que se trata de una publicación dirigida a eso que llaman ‘el gran público’, es decir, dirigido a una gran masa carente de espíritu crítico y a la que le interesan más los detalles morbosos que el proceso creativo.
El editor mutiló la obra original, dejándonos a los lectores con una pequeña muestra de lo que realmente debió ser la vida de esta fascinante autora.
A pesar de ello, en él se pueden encontrar numerosos pasajes llenos de belleza. Las descripciones de Woolf son tan ricas que uno se transporta a las calles del barrio inglés de Bloomsbury o asiste a las reuniones en casa de los Woolf. Pero sobre todo, podemos sentir lo que sería caminar con los zapatos de una mujer que pasó su vida atrapada en una mente enferma, en una cárcel cada vez más austera y sin más salida que llenarse los bolsillos de piedras.
Iré dejando aquí algunos fragmentos de este libro que me han llamado la atención. Hoy concretamente, en el que sigue Virginia nos habla de la ‘maldición de los escritores’. Es entonces cuando me doy cuenta de que si cambio términos como ‘literatura’, ‘escritor’ o ‘novelas’ por ‘artesanía’, ‘colgante’ o ‘armonía cromática’ puedo extrapolarlo a mi propia existencia.
Ahora sólo me queda volver a quitarme el sombrero ante una escritora que, casi 100 años antes, dejó escritas unas líneas que hoy siguen siendo universales.
Domingo 3 de noviembre (1918)
[…]Y luego Janet me habló de literatura, y sentí una melancolía pasajera. Dice que se han escrito muchas novelas, y que parece bastante evidente que ninguna será ‘inmortal’. Supongo que yo lo apliqué a mis propias novelas. Pero creo que lo que me ha deprimido no es sólo la cuestión personal, sino el olor a moralidad rancia: el efecto de estar hablando con alguien que pretende, o así lo parece, que toda literatura se dedique a sermonear, y sea absolutamente digna, sensata y respetable. Yo estaba también deprimida por la crítica implícita a Fin de viaje, y por la insinuación de que haría mejor si me dedicara a otra cosa en vez de escribir novelas. Esta es la maldición de los escritores: necesitar tanto los halagos, y desanimarse tanto por las críticas o la indiferencia. La única actitud inteligente es recordar que escribir es, después de todo, lo que hago mejor; que cualquier otro trabajo me parecería desperdiciar la vida; que escribir me produce, entre unas cosas y otras, un placer infinito; que le saco unas cien libras al año; y que a algunos les gusta lo que escribo.
Título original: A moment’s liberty. The shorter diary
Editorial: Mondadori España, 1992
Traducción: Justo Navarro
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