Revisando el blog, he encontrado esta entrada que escribí
hace más de dos años. No sé porqué en aquel momento me auto censuré ni porqué
en este momento quiero traerlo aquí. A veces, no conocemos las razones que
responden a una necesidad, lo cual no es óbice para que sigamos ese instinto.
Dicen que quien con niños se acuesta mojado se levanta.
También que nunca debes dejar que nadie llore en el salón de
tu casa, ya que por alguna extraña razón esa persona se sentirá en desventaja
contigo. Parece ser que porque se sentirá vulnerable por ser tú conocedor de sus
debilidades (o más bien, de lo que ellos consideran debilidades).
Así que cuando alguien se ponga a llorar en tu salón, será
mejor que lo bajes al bar antes de que la cosa se ponga íntima o emocional. Un
sitio público hará que no se suelten tanto. Llorar con espectadores no es tan
fácil.
Por alguna extraña razón hay quien piensa que la amistad es
una especie de terapia y el amigo una suerte de terapeuta que de manera altruista
está obligado a solucionarte tus problemas.
Es gracioso, llegan a tu casa, te vomitan encima todas sus mierdas y se van tan contentos diciéndote lo bien que les ha sentado tu
compañía, lo buen amigo que eres y que tienen mucha prisa.
Y tú te quedas ahí, con cara de imbécil y lleno de vómito.
Pero mejor no sufras, porque nadie te va a ayudar a
limpiarte, que para eso ya eres suficientemente fuerte.
Además:
- “tu
vida es muy fácil, tú no tienes problemas. Lo mío,lo mío sí que es dramático. No esas
cosas que a ti te preocupan, eso le pasa a cualquiera. Y además, tú eres una tía
fuerte, para ti eso está tirado. Ánimo, un poco de paciencia que el tiempo lo
cura todo."
Y te vuelves a quedar con cara de gilipollas y con un cabreo
del quince porque lo has vuelto a hacer. Has vuelto a escuchar a alguien que
tendría que estar pagando a un terapeuta y a quien, en realidad, no le importa
una mierda cómo te sientes. Y encima, debes estar agradecida porque te considera
una gran amiga y una gran persona. ¡Pues nos ha jodido mayo con las flores! ¡Se
acaban de ahorrar casi cien pavos! ¡Y a ti que te parta un rayo! Que tú lo
aguantarás porque tú eres fuerte.
¿Fuerte? Si lo que yo parezco ahora mismo es una escupidera
de esas en las que algunos elementos dejan sus fluidos corporales y se marchan.
¿Fuerte? La peor parte de ser una mujer fuerte es que nadie
va a preguntarte nunca si estás bien.
La amistad no hace rehenes. Ni te usa como terapeuta.
Os dejo con Jorge Riechmann y su magnífico ¿Me permite?
«Soy yo. Estaba por aquí
abajo.
Invítame a un café.»
«Estoy un poco liado.»
«Es igual. Tú sigues
con lo tuyo y yo hablo
de lo mío
con tu mujer.»
Ji ji ji.
Qué gracia.
Y para cuando quieres
darte cuenta
la has cagado
una vez más.
«Sube, anda.
Me estaba haciendo falta
descansar cinco minutos...»
Las más elementales faltas
de educación
son las que más me han desarmado
siempre. El proverbial
«Me permite...».
Te lo sueltan
con la delicadeza
de un revólver
clavado en las costillas.
Perdone.
Me permite.
¿Puedo?
¿Molesto?
¿No te importa?
En absoluto.
Cómo me va a importar.
Y abres la puerta.
Y entran en tu casa.
Y se comen tu comida.
Y se fuman tu tabaco.
Y se beben
tu café.
Y si no se follan
a tu esposa
y le dan por saco
al perro
es por pura
casualidad.
Dos horas más tarde,
se levantan
se limpian la boca
de la jeta
y se rascan
la del culo,
eructan,
encienden un cigarro,
se meten tu mechero
en el bolsillo,
te dan un espaldarazo
y se van.
Silbando
tan alegremente
como el que sale
de una barbería.
Y tú te quedas
boquiabierto
y derrotado
en medio del desastre
y te acuerdas de su madre,
y de la tuya.
De cómo coño
pudo ser
que entre tantas cosas
inservibles
se olvidara de enseñarte
la más fundamental:
cómo cojones
decir que no.