Me dormía cada noche temiendo el momento en el que las pesadillas reaparecieran. Siempre los mismos actores que volvían una y otra vez a cargarme de culpas. La necesidad omnipresente de obtener un perdón que nunca llegará, y una cabeza que día a día se iba volviendo más loca.
Así he pasado los últimos cuatro años, moviéndome entre la desesperación cada vez más angustiosa y la necesidad de no parecerlo. La vergüenza, la culpa y el narcisismo. Letal combinación.
Cuatro años que son el fruto de la auto-exclusión, de vivir para no defraudar a nadie y del intento de ponerme una etiqueta.
Hace unos días tuve otra de mis sesiones de psicoterapia y, sin duda, ha sido la más dura que he vivido. Fui cuatro personas distintas, hablé con ellas, me expresé como ellas, sentí como ellas. Y cómo si de magia se tratara, al terminar las dos horas de juegos de rol, sentí calma.
Muchas de mis pesadillas han desaparecido y he empezado a reirme de las últimas elecciones que he hecho, lo que durante este último año me había llevado a la desesperanza, ha perdido su peso. Y he entendido que no eran los demás los que habían de perdonarme.
Por aquellos días, por fín me he perdonado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario