Deberes, deberes, deberes…
Estoy triste. Lo estoy por mi hijo, por Marc. Mi pequeño de
11 años. Lo miro y siento que hay tristeza y miedo en él. Puedo percibir su
frustración y a la vez sus ganas de ir hacia delante.
Por el contrario, me alegra su capacidad de resiliencia, ese
saber convivir con sus propios problemas y seguir adelante. Me alegra infinito
su sonrisa y sus afectos. Porque Marc es un niño muy afectuoso, muy cariñoso.
Es un niño que necesita sentirse querido por aquellos que le
quieren o que conviven con él. ¿Y quién no?
Estos días me siento triste. Lo veo trabajar duro, muy duro
y siempre con ganas. Lo veo leer cada día páginas y páginas de libros que
algunos adultos jamás abrirán. Lo observo hacer mil fotografías para hacer
pequeños vídeos de Stop Motion. Participar activamente en las tareas de casa. Llamar
a los abuelos y pasar un rato con ellos por teléfono preguntándoles cómo se
encuentran. Lo disfruto cuando nos sentamos a comer y mantenemos una
conversación entre todos sobre música, juegos, planes, actualidad o nuestro día
a día.
Veo todos esos valores y resulta que también veo cómo está
siendo su relación con su tutor.
La carga de deberes que está sufriendo este niño es
monstruosa. Pongo un ejemplo:
Durante cuatro horas de clase hacen entre 6 y 10 ejercicios.
La dinámica es la siguiente, su tutor pone el ejercicio en
la pizarra electrónica. Dice cuáles son las líneas generales para resolverlo y les
dice que se pongan a hacerlo. Cuando él considera que el trabajo debe estar
hecho, corrigen en común. Es decir, los alumnos dicen cómo lo han hecho y él
verifica o no. Si es que no, pregunta a otro alumno. Explicación por parte del
tutor: la justa. Insuficiente diría yo.
La excusa para no explicar es que todo lo que están haciendo
ahora ya lo explicó el tutor durante la pandemia. ¡Mentira y gorda! Durante la
pandemia hicieron una media de tres sesiones de 45 minutos de videoconferencia
a la semana. Y todavía hay que dar gracias porque desde la Consejería sólo se le
exigía una hora a la semana. El resto del tiempo fueron deberes a los alumnos.
Con esa dinámica de clase apenas pueden hacer y corregir,
por encima, de 6 a 10 ejercicios diarios.
Ayer, el tutor mandó fichas con 30 ejercicios más un trabajo
de investigación.
Fecha de entrega: hoy.
Hoy ha mandado la misma cantidad de ejercicios. Aunque el
trabajo de investigación de hoy no tiene fecha de entrega.
Si recuerdo las matemáticas básicas, y las recuerdo, eso deja
de 20 a 24 ejercicios para hacer en casa, más un trabajo de investigación.
Anoche, Marc terminó de trabajar a las 9 de la noche y no
pudo con todo lo que había para hoy. Y no por que no estuviera trabajando duro,
sino porque había muchos ejercicios que no habían sido explicados.
Así que pasó una hora al teléfono con su abuela (que era profesora
de lengua y literatura) para que ella le explicara el tema (como buena
profesora no le hizo los ejercicios, el esfuerzo es del alumno).
Y pasó otra hora conmigo entre explicaciones de matemáticas
y dinámicas de cómo hacer un trabajo de investigación serio.
Estoy triste, claro que lo estoy. Ayer no pudo sentarse a
hacer pelis de Stop Motion, ni a jugar con Legos, pero aún con todo el
cansancio no perdonó su rato de lectura.
Ayer sólo me repetía, gracias mami, porque sin ti no podría
hacerlo. Y a mi se me parte el alma.
Habéis leído y escuchado mil veces lo importante que es la
vuelta al cole de las criaturas, sobre todo cuando son pequeños. Y sobre el
problema que estaba provocando la brecha digital (que a lo mejor deberíamos
afrontar de una vez y nombrarla por su nombre verdadero: ‘Brecha cultural’,
pero eso es otro debate).
Y lo es, las criaturas tienen que ir al cole y además que
sea público, nada de privados o concertados.
Habéis escuchado que los niños tienen que socializar y que
no se puede seguir manteniendo una enseñanza virtual porque crea diferencias.
Y este es otro motivo de mi tristeza. El tutor de Marc nos
ha dicho que los deberes y los trabajos de clase se entregan digitalmente,
mediante la plataforma Classroom. Imagino que, si alguien no pudiera entregarlos
por ese medio porque no tiene un escáner o una buena conexión a internet o un ordenador
con el que trabajar en condiciones, y se lo dijera al tutor, pondría algún
medio para la entrega no digital. Pero la realidad es que eso no se ha nombrado.
Y la socialización, ¿qué posibilidades de socializar tiene un
niño que prefiere leer, hablar, escuchar música de Queen antes que correr
detrás de un balón?
La realidad es que mi hijo se relaciona, con un solo niño, unos
veinte minutos unas tres veces por semana. Y aún así es capaz de verle el lado
bueno.
La brecha virtual y la socialización dijeron.
Y el acompañamiento emocional ¿qué?
Eso debe ser que no forma parte del trabajo del tutor, porque
es inexistente.
Las criaturas necesitan acompañamiento emocional todo el
tiempo. En tiempos de pandemia mucho más.
Vivimos en un pueblo con una IA en los últimos 14 días de
653 (datos del propio ayuntamiento). Yendo Marc al colegio y con esa incidencia
hemos decidido que las visitas a los abuelos se han eliminado. Los abuelos son
personas altísimo riesgo.
¿Imagináis que Marc se contagia, es asintomático y luego va
a visitar a los abuelos y los contagia… Imagináis lo que sería eso para un niño
de alta sensibilidad?
Así que mi hijo sólo puede disfrutar de los abuelos por
teléfono o video conferencia.
Volvimos a las aulas porque era muy importante para las
criaturas, porque necesitaban socializar, porque no todos estaban teniendo las
mismas oportunidades.
Y eso es algo que comparto al 100%. La escuela hace todo eso
y más.
¿Lo hace?
Con tutores así no.
PD: os voy a pedir que no me hagáis ningún #notallteachers o
similar. Por lo único que digo esto es porque no quiero hablarlo delante de mi
hijo y condicionar su forma de pensar. Esta es mi tristeza, no la suya.
A veces no se necesitan consejos, solo acompañamiento y
comprensión, y este es uno de esos casos.
PD 2: para las que os estéis planteando que la solución es
hablar con el tutor, descartadla. Lo intentamos el año pasado y fue
contraproducente para Marc.