Te fuiste hace más de un mes y no he podido escribir una linea.
Mañana habrías llamado a casa de mi madre para felicitarme, aunque seguramente sabías que yo no no estaba allí.
Tú me enseñaste lo importante que es una mano tendida cuando la soledad y la incomprensión son parte de tu mundo. Cuando sentirse pequeñita es la máxima aspiración de una niña.
Tú me quitaste el miedo que me paralizaba diciendo sólo: ven a dormir conmigo Anica, y abriendo la cama para que me sintiera segura a tu lado. En ese momento todas las pesadillas que me han acompañado durante años desaparecían o perdían su importancia.
Tú hacías del mundo un lugar más seguro, siempre rodeada de niños a los que cuidar.
Guardo, como uno de los tesoros más valiosos, aquellas dos muñecas que tejiste como regalos de Reyes. Están en la habitación de Marc para que se sienta tan protegido como yo, Pero no dejo que los toque. Hay algo en ellos que los hace sagrados.
La última vez que te vi, llevabas tus labios pintados de rojo y tu cara, llena ya de arrugas de la vida, embadurnada de crema hidratante. Te pregunté qué hacías y me respondiste que leer:
- Ya sabes que siempre me ha gustado leer. ¡Qué guapo es tu hijo, Anica!
Este es mi torpe homenaje, el que me permite la pena y el dolor.