Fue aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1999, y se celebra cada 25 de noviembre.
Sólo hay que leer cualquier periódico para darnos cuenta que este día es necesario, que nos queda demasiado camino por andar, que demasiada sangre tiñe las vidas de muchas de nosotras.
Hoy quiero hacer hincapié en otro tipo de violencia perpetrada contra la mujer. La silenciosa, la que siempre precede al primer golpe, la que continúa después de que el agresor cese sus palizas, esa que de la que una mujer no se puede desprender nunca. La violencia psicológica.
Ésta socava día a día la personalidad, la independencia, la autoestima. Convierte a la mujer maltratada en un trozo de carne informe e incapaz de tomar decisiones. Es tan grave y tan persistente que incluso en los casos en los que el agresor ha salido de la vida de la víctima continúa ejerciendo su dominio sobre ella.
No demos poca importancia a las palabras, no es necesario un solo golpe para matar lentamente a una mujer. ¡NO MÁS VIOLENCIA!
Quiero dejaros aquí un pequeño testimonio de una persona que conocí y que fue maltratada psicológicamente. Lo he resumido después de pasar muchas horas con esta persona y os lo muestro en forma de pequeña entrevista.
¿Qué fue lo que pasó?
Fui maltratada por un amante. Durante muchos meses me vi encarcelada. No podía tomar ninguna decisión que no tuviera la aprobación de mi amante. Jugó conmigo. Un día me decía que no podía seguir conmigo, que me fuera y a la hora me llamaba y me pedía vernos para tener sexo. Después volvía a alejarme de él.
Yo creía estar enamorada, y él lo aprovechó. Me dejó sin dinero y sin vida. Me daba lo justo para que yo quisiera mantenerme allí, a su lado. Conseguía que creyera que mis lágrimas y mi dolor eran por culpa de quienes me rodeaban, cuando se debía exclusivamente a su maltrato.
No me dejó romper con él, si conseguía separarme él volvía diciéndome que le habían desaparecido las ganas de vivir que se estaba hundiendo y que sólo yo podía darle paz.
¿Cómo conseguiste salir de allí?
Con mucho dolor, y después de llegar al límite. Un día me planté delante de él y de su mujer. Fue el desencadenante que hizo que se diera cuenta que podía contárselo todo a su pareja, lo que sí sería el final de ‘su vida’. También me lie la manta a la cabeza y se lo conté a mi compañero. Que afortunadamente para mí fue mi gran apoyo. Comprendió la situación y me ayudó a borrar las secuelas.
¿No hubo más consecuencias?
Por supuesto que sí. Tiempo después de haberme deshecho de semejante miserable su mujer se enteró de todo y arremetió contra mí. No la culpo del todo, entiendo que para ella también fuera doloroso. Ella también sufrió su maltrato. El de la indiferencia, el del desamor.
Pero su actitud me hizo caer de nuevo, entendía que quisiera ‘vengarse’ pero no sabía por qué de mí. ¿Acaso o era su marido quien le había sido infiel? Eso me hizo plantearme cómo las mujeres lejos de unirnos frente al maltrato justificamos y minimizamos las acciones de nuestros compañeros y cargamos las tintas sobre nosotras mismas.
Y como no pude más, pues ‘me suicidé’. Los médicos me dijeron que todo había sido un éxito, pero yo les dije que no lo había sido. Si todo hubiera ido bien no estaríamos hablando.
¿Qué fue entonces de tu vida?
Pues fue un periplo de visitas al psiquiatra, de medicaciones que me dejaban hecha un zombie, un trozo de carne tembloroso incapaz de hacer nada.
Pero poco a poco saliste.
Sí y fui consciente de todo lo que me había pasado. Entendí que realmente había sido maltratada.
Han pasado muchos años desde aquello, ¿quedan secuelas de aquellos tiempos?
Sí, sin duda. A veces voy por la calle y oigo cómo tratan algunos adolescentes a sus novias y me pongo a llorar. Otras escucho una canción y se me viene todo encima. Nunca lo olvidas, tengo grabadas a fuego sus palabras y vendrán conmigo siempre. Ahora no me pueden, no me paralizan, pero siguen estando ahí. Me gusta pensar que eso me hace más fuerte, a veces más temeraria.
Hace un tiempo volvía a mi casa de noche y en el portal había una pareja joven. Él gritaba a su novia y ‘le jugaba el mismo juego que este individuo jugó conmigo’. El chico tenía ‘esas pintas’ de con quienes es mejor no cruzarse por la calle. Entré en el portal azuzada por el miedo y cuando estaba a punto de subirme al ascensor la rabia me condujo a la calle de nuevo y le pregunté a la chica ¿Quieres denunciarlo? Eso que te está haciendo es maltrato. Si quieres nos vamos a comisaría ahora mismo.
Ella dijo que no, y volví a casa con el pesar sobre mí, sabiendo qué camino le esperaba.
Tengo varias anécdotas más de ese tipo. Quizás lo único que tenga que agradecer a ese miserable es haberme hecho conocer en primera persona lo que se siente cuando te matan lentamente y hacer que el miedo desaparezca.
¿Y qué apoyos tuviste en tu entorno?
Pues sólo el de mi compañero. Desgraciadamente para los cánones morales de esta sociedad, yo era culpable, me lo había buscado, había cometido un pecado de lesa majestad, HABÍA SIDO INFIEL. Y en nuestra sociedad eso es suficiente para que se me juzgue como culpable.
¿Y el futuro?
El futuro nunca llega. Me hirió, y la herida nunca sanará del todo. Es una vieja cicatriz y cuando el tiempo cambia duele. Pero lo que no podemos hacer es tener miedo. Hay que vivir sin miedo. Es la única manera de sobrevivir.