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domingo, 18 de marzo de 2012

BENEDICT CUMBERBATCH READING ODE TO A NIGHTINGALE - JOHN KEATS


My heart aches, and a drowsy numbness pains
     My sense, as though of hemlock I had drunk,
Or emptied some dull opiate to the drains
    One minute past, and Lethe-wards had sunk:
'Tis not through envy of thy happy lot,
    But being too happy in thine happiness, -
        That thou, light-winged Dryad of the trees,
                In some melodious plot
    Of beechen green and shadows numberless,
        Singest of summer in full-throated ease.

O, for a draught of vintage! that hath been
    Cool'd a long age in the deep-delved earth,
Tasting of Flora and the country green,
    Dance, and Provençal song, and sunburnt mirth!
O for a beaker full of the warm South,
    Full of the true, the blushful Hippocrene,
       With beaded bubbles winking at the brim,
              And purple-stained mouth;
    That I might drink, and leave the world unseen,
        And with thee fade away into the forest dim:

Fade far away, dissolve, and quite forget
    What thou among the leaves hast never known,
The weariness, the fever, and the fret
    Here, where men sit and hear each other groan;
Where palsy shakes a few, sad, last gray hairs,
   Where youth grows pale, and spectre-thin, and dies;
      Where but to think is to be full of sorrow
              And leaden-eyed despairs,
   Where Beauty cannot keep her lustrous eyes,
      Or new Love pine at them beyond to-morrow.

Away! away! for I will fly to thee,
    Not charioted by Bacchus and his pards,
But on the viewless wings of Poesy,
    Though the dull brain perplexes and retards:
Already with thee! tender is the night,
    And haply the Queen-Moon is on her throne,
        Cluster'd around by all her starry Fays;
               But here there is no light,
    Save what from heaven is with the breezes blown
        Through verdurous glooms and winding mossy ways.

I cannot see what flowers are at my feet,
    Nor what soft incense hangs upon the boughs,
But, in embalmed darkness, guess each sweet
    Wherewith the seasonable month endows
The grass, the thicket, and the fruit-tree wild;
    White hawthorn, and the pastoral eglantine;
        Fast fading violets cover'd up in leaves;
               And mid-May's eldest child,
    The coming musk-rose, full of dewy wine,
        The murmurous haunt of flies on summer eves.

Darkling I listen; and, for many a time
    I have been half in love with easeful Death,
Call'd him soft names in many a mused rhyme,
    To take into the air my quiet breath;
Now more than ever seems it rich to die,
    To cease upon the midnight with no pain,
       While thou art pouring forth thy soul abroad
               In such an ecstasy!
     Still wouldst thou sing, and I have ears in vain -
         To thy high requiem become a sod.

Thou wast not born for death, immortal Bird!
    No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
     In ancient days by emperor and clown:
Perhaps the self-same song that found a path
    Through the sad heart of Ruth, when, sick for home,
        She stood in tears amid the alien corn;
                The same that oft-times hath
    Charm'd magic casements, opening on the foam
        Of perilous seas, in faery lands forlorn.

Forlorn! the very word is like a bell
    To toll me back from thee to my sole self!
Adieu! the fancy cannot cheat so well
    As she is fam'd to do, deceiving elf.
Adieu! adieu! thy plaintive anthem fades
    Past the near meadows, over the still stream,
        Up the hill-side; and now 'tis buried deep
                 In the next valley-glades:
    Was it a vision, or a waking dream?
        Fled is that music: - Do I wake or sleep?


Me duele el corazón y un pesado letargo
aflige a mis sentidos, tal si hubiera bebido
cicuta o apurado un opiato hace sólo
un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes hayas
e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.

¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
en las profundas cuevas de la tierra
que supiera a Flora y a la verde campiña,
canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber
y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!

Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
que entre las hojas tú nunca has conocido
la inquietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza
y de desesperanzas, donde ni la Belleza
puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.

¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.

No puedo ver qué flores hay a mis pies
ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación
dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
pastoril eglantina y blanco espino,
violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino,
morada rumorosa de moscas en verano.

A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados
para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma
en semejante éxtasis! Seguiría tu canto
y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.

¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.

¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
arroyo y la colina; ahora es enterrado
en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?

John Keats

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