MADRID, 2 de junio de 1991SEÑORAS Y SEÑORES ACADÉMICOS:
FUE un miembro de esta Casa, el gran novelista don Pío Baroja, para mí además entrañable, quien en cierta ocasión se definió a sí mismo como «hombre humilde y errante». Sin querer parangonarme con su genio creador, hago mía muy sinceramente aquella humildad al comparecer hoy para expresaros, ante todo, mi profunda gratitud por la generosidad con que habéis querido acogerme entre vosotros. Gratitud acrecentada por el hecho de que, no obstante haber discurrido mi principal vida pública por los campos de la economía, supisteis percibir que mi más intensa dedicación estuvo siempre consagrada a la literatura; y que mis novelas, lenta y encarnizadamente elaboradas, no eran un subproducto de mi trabajo, sino, al contrario, se habían apoderado ya de mi años antes de que pensara siquiera en cultivar las ciencias sociales.
Fueron necesidades de la vida las que me llevaron, ciertamente con gozo y fruto para mí, a la docencia universitaria. Pero al mismo tiempo, por trochas y vericuetos, al margen de corrientes y cenáculos, iba dejando mi huella de escritor furtivo en unos cuantos relatos, hasta alcanzar, al cabo de casi medio siglo, un cierto renombre que ahora consagra singularmente vuestra elección. Quizás esa marginalidad me haya hecho el favor de dar a mi obra por lo menos alguna autenticidad, valor que siempre ambicioné sobre todos; pero también hacía menos esperable vuestra decisión al elegirme. Por eso a mi gratitud en estos momentos se une un sincero asombro, pues no creí, durante mi peregrinaje, que aquellas trochas y vericuetos me trajeran a esta Casa. Pero en ella estoy, por merced vuestra, y el honor que con ello recibo se redobla al considerar la figura literaria de mi predecesor en el sillón F, que me ha correspondido ocupar.
No podré precisar en tan breve espacio los méritos del ilustre don Manuel Halcón Villalón-Daoiz mejor de como los proclaman sus propias obras. Novelista excelente, de una calidad literaria públicamente reconocida al otorgársele el Premio Nacional de Literatura, supo también atinar en el análisis de los hechos cotidianos al dirigir con mano maestra una de las publicaciones periodísticas más destacadas de su tiempo. En sus páginas novelescas resplandece un arte cultivado y brillante, emanado de una sensibilidad muy viva y capaz de la expresión más eficaz y de la mayor penetración psicológica, gracias seguramente a arraigar en el mundo natal del autor. Sus Aventuras de Juan Lucas nos presentan ese nativo mundo andaluz agitado por el torbellino de la Guerra de la Independencia. El Monólogo de una mujer fría alcanza insuperable sutileza en el conocimiento del alma femenina y de un cierto ambiente social; mientras que los Recuerdos de Fernando Villalón, su pariente poeta que mereció figurar en la famosa antología de Gerardo Diego, consigue reflejar la estatura humana del personaje sin perder las calidades de la intimidad. Y siempre, sea en primer término o al fondo, ese campo andaluz que tan entrañablemente conocía don Manuel Halcón, y al que debemos su magistral discurso de ingreso en esta Casa.
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